Amo las hojas ocre secas del otoño,
sus crujidos...
Sus colores porque cuando se les pisa
crujen y me dicen que no están muertas:
Que aún tienen vida.
Amo la hiedra...
Que crece y trepa. Que se hace grande:
Que se aferra al muro de mi pecho.
A mis grietas de ensueños:
Laberinto de tiempo...
De sombras y de silencios.
Inquilina de mi reino
extrañamente metafórico.
Sonámbula, ajena al vértigo
de los besos del viento
en noches de inverno
balanceándose:
En la cuerda del miedo.
Hiedra y hojas secas que se enredan
a las paredes de su alma...
Que su vulva alimenta:
Pensamientos y latidos de un recuerdo
bajo la faz de piedra, sin vergüenza
en un jardín sin primavera en la tierra
De mil inviernos:
Verbo, adverbio, musa...
Novia, querida y amante
de mis versos:
Eterna y vieja compañía
crujiendo en mi silencio.