Ahinojada...
Quiero que me duelan
las rodillas al pedir perdón.
Pedir perdón hasta agotar
la suplica y después ponerme
de pie. Levantarme y no dar
por hecho nada ni nadie.
Perdonar y que me perdonen.
Ahora que la plegaria
se ha vuelto mar
en calma y la noche
solo dura el instante
en que se invocan
los treinta nudos
de un rosario, los tres
Ave Marías y los dolosos
misterios solo me queda
alzar mi voz para cantar:
Hallelujah y así adherirme
a su divina presencia como
se funde la fe a la paz
para reposar el alma.