A veces pesa tanto este efimero dolor…
Que…
A veces olvido la carne y los huesos que en lo más oscuro del alma erecto me sostiene.
En ocasiones naufrago entre piel y alma ahogándome a orillas de la muerte…
Lentamente…
Cavo túneles en la mente donde lidiar con los avernos. Mi alma no puede y se vence más allá de lo factible y lo coherente. Voz que nunca muere. Hiel y miel. Aquel que posee el beneplácito de ser y existir aun cuando todo perece. Ese que me ata a lo etéreo, a las heridas profundas e hirientes del corazón que no sangra, pero duele y le amo.
Tanto…
Que olvido que mis manos, las que, desnudas acarician la vida que como dulce ofrenda entrego.
Y es por eso por lo que he amado hasta morir.
Es por eso que he entregado hasta mi último aliento, mi carne, trémula y ardiente, que deseo sentir hasta diluirme siendo alma y piel en esta hecatombe que me muestra tan inexorable fragilidad y me recuerda, absoluta grandeza…
Y es por eso por lo que batallo con mis versos rendidos y acordonados al unánime gemido que me dice que estoy vivo; que siento; que fluyo; que muero.
Y muero…
Abriendo las compuertas de la esperanza en cada recoveco titilante y húmedo mientras repican las campanas de la victoria en mi vientre que cimbrea a cada envite. Tiemblan mis piernas en tan equidistante sostén en esta quebradiza ciénega que se convierte en cerúleo y candente azulado cielo.
Recorro con la yema de mis dedos cada sendero de mi alma al mismo tiempo que me inclino con febril sosiego, venerando y esperando…
Absolución