No sé en qué momento comprendí
que serías esa soga gruesa que
tiraría
de mí y de mis ensortijados
nudos...
Que podría beberme cada
espejismo
de tu piel sin temor a que
desapareciera
al abrir mis ojos y que
colmaría
mis anhelos sabiéndome colibrí
entre sus dedos calmando mis inviernos
en el
hogar de sus besos...
Tantas cosas no supe
o en qué
momento me agasajaron
y enloquecieron que solo tuve tiempo
de
supeditar mi vuelo...
Supongo que nacimos bendecidos
de quimeras y temerosos
de esa luz plena
que nos ciega,
nos acurrucamos en la mística
ladera de los sueños...
Y te colaste entre mis grietas
como efluvio en vena.
Anidaste más allá de mis
lunares
que como estrellas bautizaste
y derramaste con el nombre
de esta epifanía
nuestra
que nos sobrevuela
y nos
condena...
Dulce condena a apaciguar este
mar
que nos arrastra y nos venera.
Bendito el principio de
este amor
predestinado que te acercó
a mis veredas y
me enredó
entre tus piernas.
De tu pecho
a mi pecho
apenas un hilo en su resuello,
de saberse excitado y
enardecido...
Como esfinge te deletree cada
línea
y fisura en ese tu requiebro
que
se inclinó y sustentó adherido
a mis
manos enarbolando tus caderas...
Nos llovimos, nos
amamos, nos rompimos.
Embestimos y eyaculamos
quimeras predestinadas una y otra vez
hasta sepultar en tu hoguera
el tizón
ardiente del calor torrente de
mis venas.